El Vasco de la Carretilla.
En homenaje a Don Guillermo Larregui uno de los inspiradores de mis modestísimos viajes en bicicleta.
Historias, historias. Señora, señor, llegó el Contador de Historias ¿Quién quiere leer una buena historia? Corría 1977 y descansaba, junto a otros ciclistas del grupo La Rotonda, en un kiosco de San Pedrito y Lafuente luego de la pedaleada dominguera a Ezeiza por la autopista Richieri. En eso acertó a pasar un paisano empujando una carretilla. Pedro, mirá quien vino: El Vasco de la Carretilla. Fue la primera vez que oía mencionar aquel sobrenombre. Años más tarde, ya radicado en Comodoro Rivadavia, me topé con un recorte del otrora diario El Patagónico donde se reseñaba brevemente el episodio que de inmediato cautivó mi interés. Pero entonces no es un mito, el protagonista existió de verdad, dije para mis adentros. Encima la historia tuvo su origen aquí en la Patagonia y el legendario personaje pasó por Comodoro Rivadavia! Todo esto fogoneó aún más mi curiosidad por saber qué había detrás de aquel simpático apodo, máxime luego de descubrir que en Km 8, Barrio Don Bosco de Comodoro Rivadavia, una calle recuerda su nombre.
Guillermo Isidoro Larregui Ugarte, nacido el 27 de Noviembre 1885 en el barrio pamplonés de La Errotxapea, devoró durante su infancia novelones de aventuras, y el veneno por los viajes se le coló sin remedio en la sangre: en 1900, con apenas 15 años, se embarcó hacia Buenos Aires como grumete en un navío carguero. Por ser vasco estaba llamado a ser igual a esos atléticos leñadores y barrenadores que derriban árboles enormes como quien serrucha una madera terciada, o perforan una roca como si fuese una simple pasta de arcilla. También, por ser vasco, tendría que ser de músculos acerados, de voluntad empacada tras tomar una decisión y de firme determinación para responder con honor a la confianza depositada en él. Con su vida, que terminó el 5 de junio de 1964, no desmereció ninguna de estas cualidades, al contrario, las potenció aún más.
Parece que en sus primeros años por la Argentina trabajó de marino y de carpintero, pero después se trasladó al entonces Territorio Nacional de Santa Cruz para emplearse como peón de la compañía petrolera Ultramar, filial de la estadounidense Standard Oil, en un campamento ubicado en el interior del Territorio, lugar conocido como Mata Amarilla, pero un poco más al norte de ésta, precisamente al pie del Cerro Bagual. En 1935 las extracciones se detuvieron por algunos conflictos legales, y Larregui y sus compañeros quedaron en paro. En aquellas horas muertas se consumó el reto que haría tan popular al navarro. Asencio Abeijón, periodista del diario El Chubut, relató así la historia:
Por eso en el campo es muy común escuchar la frase: "son charlas de fogón", dando a entender que lo que allí se cuenta no debe tomarse demasiado en serio ya que, aunque con visos de certeza, aquellos episodios saben a cuentos por lo exagerados. Sigue relatando Abeijón que de propia boca del Vasco escuchó cómo se gestó aquel desafío: ”Varios amigos hablaban de las grandes travesías realizadas por automovilistas, de los raids de aviación y otras hazañas.
Yo oía y callaba. Pensaba que no es difícil llevar a cabo una proeza con los maravillosos aparatos modernos que se manejan sin esfuerzo, y que si bien requieren del hombre seguridad y valor, pocas veces exigen del individuo fuerza física, paciencia y resistencia. Entonces dije: A cualquiera de esos señores aviadores y automovilistas yo los desafío a hacer una travesía caminando hasta Puerto Deseado y conduciendo además una carretilla con 100 kilos arriba". El recorrido sería por las huellas y caminos usuales de terreno natural muy ripioso como son los de la Patagonia.
"Todos se rieron y me tomaron para la farra, diciéndome que, por lo mentiroso, yo era más andaluz que vasco, y que les extrañaba mucho, porque nunca habían visto un andaluz trabajador ni un vasco mentiroso". Menudearon las discusiones y cuajaron las apuestas. Pero los peones recelaban de Larregui: ¿con qué plata les iba a pagar cuando perdiera el reto? Larregui a su vez desconfiaba de ellos, porque si ganaba, realmente le pagarían? Finalmente el patrón, que estaba en la rueda de mate con los peones, salió de garantía, aunque le dijo al pamplonés que iba a perder y luego tendría que trabajar gratis un año entero para pagar la apuesta.
El propio Larregui desmentía que se hubieran jugado fortunas: "Muchos hablan de una apuesta de miles de pesos. No es cierto. Lo más importante es que he empeñado mi palabra”. Continúa Abeijón: Cuando le pregunté si no consideraba desmesurado hacer semejante viaje, el Vasco encogiéndose de hombros y con una sonrisa me contestó: “De todas maneras, trabajando, yo siempre estoy con la carretilla y en el mismo lugar, de esta manera paseo y me divierto”.
Como años más tarde diría Carlitos Balá: “El movimiento se demuestra andando”, Larregui, (en la foto el de alpargatas blancas) con sus casi 50 años, tomó una carretilla, dispuso sobre ella sus enseres, se despidió de sus amigos e inició el raid el 18 de marzo de 1935 comenzando a desandar leguas, caminos polvorientos, áridas mesetas y oscuras soledades. Como aperitivo se caminó los primeros 120 kilómetros desde la estancia de Mata Amarilla hasta Comandante Piedra Buena. En este pueblo, relata Abeijón, "un amigo mecánico le cambió la caja de la carretilla de hierro por otra de madera, le puso unos rulemanes en el eje de la rueda y revistió la llanta con goma de auto. Una vez así “tuneada”, cargó en ella una pequeña carpa, pilchas de dormir, cinco litros de agua, una pavita, el mate, un asador chico, una ollita y otras cosas indispensables, hasta completar los 100 kilos y partió. Era el 25 de marzo de 1935".
Los camioneros, los carreros y los jinetes que lo cruzaban por el camino decían: ¡Ahí va Larregui con una carretilla, está loco! a lo que él contestaba: “No importa, de cualquier manera yo solo iré al manicomio”. A los pocos días el patrón tuvo miedo que Larregui reventara por el camino con tal de no ceder en su empresa, de modo que salió en su coche a buscarlo. Cuando lo encontró, intentó convencerlo de que abandonara la aventura: "Mirá, pedazo de tozudo, yo sé que no podés hacer semejante viaje, pero también sé que sos tan porfiado y cabeza dura que te vas a morir por salirte con la tuya”.
Hasta ese momento se trataba de ganar una apuesta, pero la aparición del patrón transformó el sentido del viaje, porque le planteaba a Larregui una encrucijada digna de un viajero homérico: podía perseverar en el empeño, por muchas penalidades que le acarrease, o podía acogerse a la dulce tentación del abandono y la comodidad, pero también, a aguantarse las cargadas de sus compañeros.
La contestación estuvo a la altura de nuestro héroe ya que cruzándose de brazos y mirando fijamente a su patrón redobló la apuesta: "¡Así que Ud. tampoco cree que soy capaz de llegar a Deseado con la carretilla! Mire, no sólo voy a ir a Deseado, ahora hasta Buenos Aires voy a llegar". Emulando al autodidacta comodorense Manuel Alejandro Rodriguez, el patrón le retrucó: “Echá tu carretilla en el auto y te llevo a la estancia para que sigas trabajando. Yo te pago la apuesta y los gastos que hayas tenido. Acaso mi plata no vale?” La respuesta del Vasco no se hizo esperar: “No se ofenda patrón, pero mi honor vale más que toda su plata.” Y sin más cada cual continuó su camino, el patrón a contar sus ovejas; el Vasco hacia San Julián, donde llegó el 3 de abril de 1935.
Larregui acababa de sellar su destino: ya no se trataba de una caminata absurda, sino de mostrar cuánto valía su palabra. Cuando más tarde se topó con un ganadero vasco que le ofreció trabajo, Larregui se negó: "Se lo agradezco, paisano, pero no puedo. Yo he prometido llegar a Buenos Aires y llegaré. Si rompiera mi promesa sería indigno de usar esta boina, que usted también usa, y que es el símbolo de nuestra raza". Larregui intuyó que su integridad viajaba en la carretilla. Y a lo largo de su vida la empujó durante más de 14 años y 22.000 kilómetros.
También comprendió que lo realmente admirable de una excursión no es situarse en un punto más ó menos lejano sino más bien en hacerse cargo de las penurias del trayecto. En la época de los grandes viajes un hombre occidental que alcanzaba llegar a Pekín se ganaba el asombro general. Ir hasta el Congo y regresar vivo era hazaña que alcanzaba a justificar la existencia toda. Demás está decir que, en nuestros días, cualquier imbécil puede ir a Pekín, al Congo, ó a ambos lugares, en muy pocas horas, sin despeinarse y sin despertar el asombro de nadie.
El siglo XX ha eliminado casi todos los riesgos propios de los caminos. Ya no quedan bandoleros en las encrucijadas, ni ríos correntosos que vadear, ni alimañas ponzoñosas, ni fiebres tropicales. El avión vuela por encima de todas esas calamidades y resta a sus usuarios hasta la menor perspectiva de gloria. Es más, la velocidad de traslado y la eliminación de peligros ha generado en las muchedumbres una suerte de santa impaciencia conforme a la cual, todo el mundo se siente con derecho a lograr sus objetivos de manera inmediata y sin embarrarse los pantalones.
Nuestro personaje carretilleaba por puro deporte. Cuando le preguntaron si esperaba alguna recompensa o premio de sus paisanos por el esfuerzo realizado, Guillermo Larregui se puso serio y contestó: “Aunque nada tengo, nada quiero. Este viaje lo hago porque empeñé mi honor en ello. Con ser hombre de palabra cualquier vasco está bien pagado”.
No tenía la idea de aquellos que dicen viajar para encontrarse a si mismos ¿En qué consiste ese viaje? No se sabe muy bien. Supongamos que un lechuguino gasta sus ahorros en un pasaje a Calcuta. Una vez en esa ciudad empieza a buscarse minuciosamente. Digo yo: ¿Y si no está? Debe ser francamente desolador recorrer una distancia tan grande para vivir un desencuentro. Para darse cuenta que uno es un tonto no es necesario trasladarse a Katmandú.
Tal vez el justo equilibrio sea el estilo de Koiron Bike, cuyos integrantes captaron la esencia del viaje corto. Y esto es un acierto que no muchas personas han sabido aplaudir. Desechada la idea de sortear peligros extremos (caníbales, animales feroces, etc) tanto se pueden encontrar aventuras en Hamburgo como en Cañadón La Aguadita, El Anfiteatro, La ex Estación Escalante ó El Nido del Carancho.
Lejos de estas especulaciones Dolinescas, el Vasco siguió meta pata y pata y el 27 de abril de 1935 cumplió la primera parte de su promesa ya que ese día estaba en Puerto Deseado. El 25 de mayo de 1935 arribó a Comodoro Rivadavia y armó su carpa frente al bar Sportman propiedad de su paisano Antonio Marín. Aquí descansó hasta el 2 de junio de 1935. Desoyendo las recomendaciones de quienes le aconsejaban pasar el invierno a buen resguardo, siguió rumbo al norte pegado a la costa y si bien el trayecto era más largo tenía la relativa “ventaja” de encontrar estancias y puestos donde guarecerse, así, el 24 de junio de 1935 llegó a Bahía Camarones.
Sin embargo, y según su testimonio, hasta Trelew, sería la etapa más dura por el encontronazo con tormentas de nieve y viento: "El frío llegaba a veinte grados bajo cero y yo caminaba entre la nieve, había momentos en que perdía la noción de todo. No sentía las manos ni los pies, ni siquiera el peso de la carretilla. Era como si de golpe alguien me empujara y yo estuviera hecho de plumas, a veces creí que era tan liviano que el viento me iba a llevar. Pero sabía que si me paraba moriría congelado; entonces apretaba el paso. Así, caminaba y caminaba como dormido, hasta llegar a algún puesto de estancia donde descansar. Me daba friegas en las manos y los pies con caña. De ese modo podía reaccionar y dormir". Finalmente el 25 de julio de 1935 arribó a Trelew. Como si estas penurias fueran pocas algunos automovilistas aceleraban sus autos para llenarlo de piedras, pero también supo de la solidaridad como que los propietarios de una estancia lo atendieron al verse aquejado por una gripe. El 1 de agosto de 1935 el vasco detuvo su carretilla en Rawson y allí, en el hospital de la capital chubutense, le curaron sus pies y le habrían salvado un dedo de una segura amputación.
El 8 de agosto de 1935 registra su paso por Puerto Madryn al parecer sin mayores novedades. Se ve que el clima iba siendo más benigno.
Las descripciones de los periodistas subrayaban siempre la aparente fragilidad física del carretillero: "Es un hombrecillo algo encorvado, de coquetones bigotes rubios con un aire de hosquedad en el rostro. Su cuerpo no es más que hueso, pellejo y músculo, animado por una poderosa voluntad. Es gran fumador y muy matero. A simple vista no parecía ser capaz de dar la vuelta a la manzana detrás de su carretilla, sin embargo, al estrecharle la mano, tenemos la sensación de apretar una barra de acero, tan dura ha quedado por las callosidades que le produjeron las varas de la carretilla".
Otros afirmaban: "Don Guillermo Larregui, el Vasco de la Carretilla, es un vasco desde la punta de la boina hasta el filo de la alpargata, un verdadero vasco con la cabeza más dura que el retoño del `guernicaco arbola' de la leyenda vascongada".
Finalmente concluyó el tramo patagónico de su raid el 8 de setiembre de 1935 en Viedma y Carmen de Patagones de donde partió el 14 de setiembre de 1935.
La primavera encendió de nuevo los ánimos del Vasco de la Carretilla, sobre todo porque en Bahía Blanca, adonde llegó el 2 de octubre de 1935, rodó por primera vez sobre una carretera asfaltada, después de 2.700 kilómetros de guiar la carretilla por pedregales y senderos de tierra. Cuenta Abeijón que en Bahía Blanca un club deportivo le donó $7.000, "y en Olavarría, ciudad de los vascos lecheros ricos, le juntaron casi $15.000 (¡qué pesos aquellos de 1936!)". Después pasó por Tres Arroyos y de allí enfiló hacia la costa. Necochea, Lobos y San Miguel del Monte fueron paradas intermedias. El 14 de mayo de 1936 el diario Crítica titulaba a todo lo ancho de su portada “Ha llegado a Chascomus El Vasco de la Carretilla”. Y así se lo recordaría por siempre siendo su nombre olvidado por muchos.
Y por fin, el 24 de mayo de 1936, el tenaz vasco entró a Avellaneda, en el conurbano de Buenos Aires, después de 14 meses, 3.423 kilómetros, seis millones de pasos y 31 pares de alpargatas gastadas. El 25, día de la Fiesta Patria, miles de porteños azuzados por la prensa, recibieron en las calles al recordman vasco, le cargaron la carretilla de flores y le acompañaron hasta la Plaza de Mayo. Larregui depositó todas las flores al pie de la Pirámide de Mayo, "como homenaje al país que tan bien lo había recibido y que nunca abandonaría", dice Abeijón. Sin embargo aquella ciudad con sus luces, con Agustin P. Justo en la Casa Rosada, con las trompadas de Firpo y el asombro de las primeras películas sonoras no le llamó la atención. Tampoco volvió a la Patagonia a cobrar la apuesta. El 5 de junio de 1936 empujó la carretilla hasta el Museo del Transporte en Luján y allí la donó, con todo su campamento, donde se encuentra actualmente.
Mas quizá por aquello que el hambre viene comiendo Larregui no se sintió satisfecho con su primer viaje e inició el segundo el 12 de octubre de 1936 desde Coronel Pringles (Prov Bs As), finalizándolo el 28 de diciembre de 1938 en Villazón (Bolivia). En 1940, siempre tras su dócil compañera, unió Villa Maria (Prov de Cordoba) con Santiago de Chile a donde llegó en 1941. Y en 1943 emprendió su cuarto viaje, que sería el último, con destino final Rio de Janeiro (Brasil), aunque algunos dicen que pensaba llegar a Nueva York e incluso hasta Alaska pero en 1949 impresionado por las cataratas, deslumbrado por la selva virgen, su paisaje y el canto de los pájaros, detuvo su andar y se instaló próximo al Salto Dos Hermanas. Allí pidió permiso y Parques Nacionales le cedió un terreno donde construyó su casa de polícromo gusto al mejor estilo Quinqueliano con latas vacías que recolectaba de un hotel cercano. Larregui hablaba correctamente varios idiomas, entre ellos: inglés, francés, italiano, alemán, holandés. Acompañaba a los turistas, quienes lo visitaban, y él les contaba sus aventuras. Fue tal vez, el primer guía de turismo del Parque Nacional Iguazú.
Como gimnasia voluntaria se había impuesto caminar dos veces por semana los diecisiete kilómetros que separaban su casa de Puerto Iguazú, le gustaba contar anécdotas de trotamundos, de viajero incurable, ya que en su niñez europea había viajado por numerosos países del viejo continente y por Africa del Norte. Pero fue en su madurez un argentino adoptivo, un prisionero de la tierra rojiza que supo tal vez entender a este Quijote de una sola rueda. Quizás hoy nosotros, inmersos en conceptos tan vagos e imprecisos como: globalización; o conviviendo con otros como: frivolidad creciente, injusticias sociales olvidadas, indiferencias, o sociedad mediática, no podamos entender el perfil de un hombre y una apuesta sólo comprensible en la década del treinta, cuando se soñaba heroicamente con un Vito Dumas o un Mermoz. Murió como había vivido, según dijo LA NACIÓN, “en paz consigo mismo, arrullado de sueños, abiertos los ojos y el alma al espectáculo siempre nuevo y siempre bello de la naturaleza que tanto amaba”.
Laura Malatesta de Sánchez escribió sobre él la siguiente poesía:
Al Vasco de la Carretilla
Siempre hay un hombre obstinado que le arremete nomás a los sueños
que se juega entero, que sabe de la mansedumbre de la espera
que intuye el golpe, la herida y la caricia, que aprende a empuñar la espada,
conoce sus metas y se convierte en guerrero.
Es parte de ser Quijote... es parte de ser Sancho, también.
Todos lo llevamos dentro, algunos no lo saben todavía,
a otros se nos cuelga desde la infancia,
nos persigue con los sueños quiméricos de la adolescencia
y se nos perpetúan en el tiempo como una flecha certera,
otros los mantienen adormecidos y algunos hasta lo niegan.
Seamos un poco como este Vasco de la Carretilla
que con dignidad humana, que con el precio comprometido de la palabra,
que con honestidad y tesón, hidalguía y obstinación
supo jugarse la vida en una sola rueda y en carretilla en pos de su ideal.
Hoy, nuestro país y el mundo
necesitan muchos como "este Vasco" ejemplar.
Empuñemos nuestra carretilla de sueños
y luchemos por los ideales
que mantienen viva la tradición de los valores
en la memoria colectiva de los hombres
que construyen los pueblos por la vida y la cultura.
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